Drama y nitroglicerina

Drama y nitroglicerina

miércoles, 24 de febrero de 2016

LA BARRERA DEL VÉRTIGO

¿Dónde están todos esos superhéroes que ajusticié por ti?
Dónde…
Todos esos poderes que saqueé para ti
¿en qué arcón los guardaste?

Esa manera tuya de objetar sobre el párrafo final,
esa manera de interpretar si en verdad
era el momento perfecto.

Nunca quisiste ver conmigo Grandes Esperanzas,
tenías miedo a salir a escena,
pánico a ser protagonista de algún dolor indeleble.
Ahora me tañe  en la cabeza esa frase de película:
“no te das cuenta que todo lo que he hecho lo he hecho por ti”.
Mientras, me imagino
con un libro golpeando mi pecho bajo la lluvia
y tu balcón imaginario.

Pensé que a mi casa le faltaban unos cuantos muebles para ser hogar,
ahora me doy cuenta que le faltas tú.
He repartido el recuerdo de tu aroma por cada rincón,
tu piel es incienso y hay un humo blanco que araña mi retina.

He jugado a crearme de nuevo
y he descubierto que no manejo bien los verbos reflexivos.

Creo en Dios pero tengo miedo de declarar mis pecados.
sé que me perdonará
porque la palabra la escribo aunque no la pronuncie.

He construido un mito sobre tu cuerpo, una leyenda quizás,
y trepo por ella para conocer el punto en el que traspaso la barrera del vértigo.
Si me despeño, juro que besaré el suelo.

Nunca me has dejado cometer ningún error,
tu nivel de exigencia es la cúspide de mi ambición.

Creo en Dios y creo en ti,
pero él perdonará mis pecados
y tú me enterrarás en un averno silencioso.


lunes, 15 de febrero de 2016

CREÍA, SABÍA, PERO APRENDÍ

Yo creía esa teoría del hilo rojo que nos une a alguien.
Cuando no mirabas tiraba suavemente del hilo
y notaba la certeza de un leve movimiento de tu mano.
Ínfima conexión que daba credibilidad al hecho.

Yo sabía que hacerte feliz era más difícil
que ver un fotograma de Buster Keaton sonriendo,
pero en el plano final del Rey de los Campos Elíseos él abraza a la chica y sonríe.
Así entendí que improbable no era imposible.

Yo aprendí que el arte de la guerra era aplicable a nuestra colección de batallas,
solo había que darle la vuelta al objetivo:

1. Me aproximaste a tu guerra.
2. Me dirigí hacia ella.
3. La ofensa no era una estrategia.
4. Dispusiste tu cuerpo sobre el mío.
5. Restaste mis fuerzas y te rendiste a mi energía.
6. Ni fuertes ni débiles, ni puntos suspensivos.
7. Maniobras de indecencia para profundizar en lo propio y lo ajeno.
8. Una variable, tú.
9. Marchas hacia el cielo.
10. El terreno resbaladizo de tu instinto.
11. La única clase de terreno, tu piel.
12. Ataque de fuego amparado por la salvación del agua.

12+1. El uso de espías que demuestran el empate en la guerra, la victoria en la cama.

lunes, 8 de febrero de 2016

CRÍTICA A LA AÑORANZA

Añoro la añoranza.
Esa sensación de echarte de menos.
Porque el verbo echar en ocasiones es sinónimo de tumbar sobre el suelo,
revolcar los cuerpos
y lanzar las ganas.

Pero nunca fuiste de menos.
Tampoco de más porque no me dejabas recalificar tu piel
o invertir todo tu vértigo en valores refugio en bolsa.
Aún así,
conseguí que valieses más y que costases dolorosamente demasiado…

o dolorosamente mucho
porque “demasiado” tiene un cariz negativo,
aunque pensándolo bien, 
tú no me otorgaste más que “un poco” relativamente enmohecido.

Dicen que casi todo en la vida es cuestión de matemática
y me paso todo el tiempo intentando demostrar que el orden de los sumandos sí altera la suma,
tú sin mí antes,
yo sin ti ahora,
tú antes,
tú ahora,
yo nunca
yo siempre…
si sumo cada variable en distinto orden el resultado cambia
y tú jamás eres un cero a la izquierda.

A la añoranza hay que cortarle a veces las alas,
jamás mutilarlas,
lo que se mutila no vuelve a crecer.

Deberíamos aprender que los amores no se olvidan,
ni si quiera aquellos que no bailaron contigo
o que no compartieron la copa de vino.
Todo pecado es perdonable.

A la añoranza hay que abrirla en canal para descubrir lo que no cuenta,
lo que tú escondes,
lo que yo no cuestiono.

¿Te has preguntado por esa adicción  que tienes a los amaneceres
en los que vuelves a ver mi sombra reflejada en tus ventanas?
Te contaré un secreto,
duermes cada noche en mi cama
y no me refiero a esa expresión bucólica de “en mis sueños”.

He descubierto huesos que jamás estudié.
Duelen,
quizás se hayan roto y se estén clavando en el corazón.
Una costilla quizás.
Aquella que me arranqué para que construyeras un hogar.

A la añoranza hay que venderle un billete de ida
para que camine por esa ciudad al ras del agua contaminada por tu veneno inerte.
Y si quiere volver,
que primero pase por algún centro de desintoxicación
en el que le laven las úlceras con alcohol de 90º.

Se me ha enquistado la añoranza
y me he vuelto su peor detractor.
Soy un indignado clamando justicia,
desatascando las alcantarillas para que todo recuerdo se vaya.
Pero soy mi propio patrono y mi propio obrero
luchando por el beneficio de tenerte y el de perderte,
bajándome el salario y forzando la huelga del quererte.

A veces, resuelvo la añoranza y te vas.

A veces, resisto a la añoranza y te traigo de vuelta.

Estimo hasta el color de los ojos de los hijos que no vendrán,
entonces,

le hago el amor a la añoranza hasta que recuerdo que 

yo te estaba olvidando.

sábado, 6 de febrero de 2016

INOCENCIA

Está sentado en el sofá,
las piernas le cuelgan,
aún le queda mucho por crecer,
las balancea
y es un movimiento feliz.

Me mira fijamente y sonríe,
me cuenta que los mayores no debemos preocuparnos,
que lo van a lograr,
unos investigadores están haciendo una pastilla para que vivamos para siempre,
que se lo ha contado papá.

Es su consuelo para la eternidad,
su sonrisa se acentúa y afirma como un hombre seguro en el cuerpo de un niño:
tú, Coqui, también vivirás para siempre.

Vuelve a sonreirme y cambia de tema con la rapidez de un instante.
Coqui, ¿quieres jugar conmigo?

Y mientras yo pienso,
Toda la vida amor, 
toda esa eternidad quiero jugar contigo.