Drama y nitroglicerina

Drama y nitroglicerina

martes, 15 de diciembre de 2015

TINTA FERROGÁLICA

A veces para escribir hay que ponerse las mejores galas,
en cambio,
a veces hay que desnudarse y librarse de todo pecado.

Para escribir hay que rezar y expiar el alma
o quizás arder en el infierno.

En ocasiones es mejor organizar una pequeña revolución
y emborronar el alma,
pero a veces la vida te pide cordura,
la cordura calma,
la calma vida
y así en un ciclo confuso.

A veces para escribir hay que evitar usar tinta ferrogálica
para que no se ensucien las palabras
de prejuicios difíciles de limpiar.

Hay momentos para escribir siendo herida, dentellada y dolor.
Pero otras tienes que ser elegante,
calzarte la piel del prójimo y simplemente amar la letra.

Cuando te obliguen, escribe con orgullo,
revuélcate con tu ego y hazle el amor como se lo harías a tu peor enemigo,
aquel que cuando te vayas deberá amarte para siempre.

Sin embargo, a veces se humilde,
calla  y aprende a leer,
a leer entre líneas,
entre vistas cansadas,
enajenando vanidades.

Siéntate delante de un papel y hazte entender,
pero a veces haz que el lector tenga que zambullirse en tus entrañas,
entonces entenderás quién te ama y quien te despedaza desde dentro.

Pero sobre todo, cuídate,
cuídate cuando escribes porque la carne viva con alcohol escuece
y el corazón amigo,
por mucho que te digan lo contrario, sólo tiene una oportunidad en la vida.



domingo, 15 de noviembre de 2015

EL GRITO DEL ESTAÑO

¿No me ves?
No hagas ruido,
acabo de encontrarme.

No supiste.
No sabes.
No eres.

El día que respetes lo que fuimos,
tu crueldad habrá muerto.
Ya no acepto esa inmortalidad.

Dejaremos las guerras
de poca inocencia
y demasiado descaro.

El día que todo terminó
me viste blindar una puerta.
El grito del estaño.

Relaciones corrosivas
recubiertas de metales pesados.

Opacidad, dureza, frialdad, tú.

Sinónimos adversos.

martes, 22 de septiembre de 2015

Una vez escribí un poema premonitorio, no pensaba en nadie cuando lo escribía, sólo me imaginaba la complicidad ideal de esa persona  que querría entre mis sábanas, pero no las sábanas de mi cama, sino las sábanas de mi vida.

De alguna manera hablaba de constelaciones y de las líneas de tu cuerpo. Lo supe la primera vez que te vi desnuda en esa brevedad que planifiqué mal, que no supe gestionar porque me perdía simplemente contemplándote, sin más pretensión que acortarlo todo y mantenerte cerca en espacio y tiempo.

La mayor constelación, la que no podía dejar de contemplar era la que interconectaba tu mente y tu corazón, fuiste y serás siempre la personalidad que arroyó mis esquemas y me dejó sin procedimientos de actuación, eras el motor del cambio. Recuerdo como te describía, eras la MUJER en mayúsculas, que podía revolucionar mi vida y a la vez encajar limando las asperezas que a veces no me dejaban avanzar.

Me dejé arrastrar por miedos, por necios vínculos que eran pasado, por penas y por interdependencias que estaban destrozando mi vida, me comió el espacio, se me hicieron eternas las distancias entre cada uno de tus lunares y no reposté combustible mientras mi vida en el fondo ardía en la crónica de una ruptura anunciada.

Me advertiste mil veces pero no sólo con palabras, con miradas, con formas de respirar, con todo, que no merecía la pena destruirme así cuando se abría ante mi un universo. Pero recuerdo señales esquivas que realmente eran premonición de mi decadencia actual y te recuerdo mirando a otra estrella dos semanas antes de recorrernos Madrid buscando un vino que no supiese a madera seca del pasado. Hoy recorro todos mis errores y veo que siempre miraste hacía allí, hacia esa estrella que te alumbraba aún más cerca, aún más fuerte, aún más constante de lo que yo podía hacer, de lo que yo puedo hacer.

Intenté tener fuerzas para todo, intenté controlar la felicidad de los demás y olvidé que tú podías ser la pieza clave en la mía. Me dejé vencer, me hice cómplice de un dolor ajeno en el que yo no influía y destruí lo nuestro. Un nuestro que quizás para ti hoy no sea nada pero para mi hubo segundos, minutos y horas en que fue todo, sobre todo cuando te saqué de mi vida como penitencia a un pecado que no me pertenecía.

Ese fue el principio del fin, la apertura de mi mente más allá de los instintos equivocados y la búsqueda de ti, la búsqueda de la felicidad y antes de llegar allí mi propia reconstrucción, porque a veces quien parece quererte es tu peor verdugo y te hace creerte un suicida sentimental cuando sólo eres su víctima.

Me faltaba un trozo en el pecho, me faltabas tú, todos los días desde que cerré la puerta equivocada. Y dicen que de los errores se aprende, pero yo no he aprendido, no he aprendido a desquererte, no he aprendido a acabar con este miedo a la palabra amor cuando pienso en ti, no he aprendido a perderte, ni a seguir adelante con este vacío. No he sido el alumno ideal en la asignatura del olvido, llevo mucho tiempo repitiendo y se me hace una eternidad desde el día que te perdí hasta el presente desde el que te escribo.


No tengo derechos, ni deberes, ni tampoco tengo miedos, se me han ido todos por el desagüe y lo he perdido todo menos las ganas de ti, esas han ido creciendo con cada ladrillo con el que reconstruía mi vida. Pero tú miras a otra estrella, la que nunca dejó de alumbrarte, la que besaste dos semanas antes de recorrernos las calles de un Madrid que nos guardó un secreto, el secreto que no fui consciente hasta perderte y es tan sencillo que no necesita versos, y es el secreto de que te quiero.

martes, 1 de septiembre de 2015

Yo mandaba mensajes oblicuos en órbitas virtuales.

Se esfumaba la esperanza entre los errores más bonitos
que he cometido jamás,
bonitos porque contigo,
errores porque jamás.

Podía oír tu silencio espartano susurrándome dudas.

Pensaba en ti en clave secreta
con un patrón dibujado
a prueba de miradas indiscretas.

Hacía mucho tiempo que no saltaba al vacío
con un cinturón de explosivos
alrededor de mi cintura.

Justo en tu huida
fue cuando me di cuenta que tenía
que dejar de ser kamikaze de mis propios sentimientos.


Mi gps dejó de funcionar,
ya conocía el camino  a casa
y cada día a las 7 de la tarde me marcaba siempre el mismo.

Hogar,
digan lo que digan,
es donde está el amor.

No sabía compaginarte con mi miedo a volar.
Jugaba a aterrizar con pasaporte caducado,
ahora, ya me lo has confiscado.

Ya no tengo miedo,
tú eres mi penitencia
y este vuelo mi fe perdida.


sábado, 9 de mayo de 2015

Hace poco me preguntaron mi edad y dije que 31.
No había asimilado mi último cumpleaños
y parecía que me quitara años.

En realidad,
dentro de mi seguía en stand by el día que te fuiste,
no avanzaba el tiempo
y por tanto, 
tampoco llegaría el día de cumplir los 32.

Todo el mundo pensará que es por eso
de que algunas personas llegan a un punto que cumplir años
es un símbolo de debilidad,
de estar más cerca de las arrugas,
las canas,
la falta de fuerza
o la mismísima muerte.

Pero en mi caso,
las canas ya estaban,
pero tú,
tú te habías ido.

Miro atrás y todos mis cumpleaños han sido sin ti,
muchos días,
casi toda una vida sin ti,
al igual que los tuyos.
No nos concedimos el honor de esas sonrisas de un año más.

Y quiero que por ti no pase el tiempo,
que no los cumplas, 
y sigas así,
que no pase un año más sin ti,
quiero olvidarme de todos los días que no viviremos,
pero me queman las pestañas
y las canas las tapo para que en recuerdos no me veas llorar.

Que no pase sin ti ese día,
ni el tuyo,
que no ocurra,
que se pare el tiempo
y pueda rebobinar la vida hasta un punto en que todos los años sean para ti,
que sea tu compañía la sonrisa de ese día,
la orquesta del baile,
el fuego de las velas,
incluso el deseo a pedir.

Quiero que mañana sigas teniendo un año menos
y que tu sonrisa sea perfecta,
como el momento en que la congelé en mi memoria 
el día que te fuiste sin haber cumplido ningún año conmigo,
quiero que ese recuerdo monopolice todo mi pecho
y yo poder seguir teniendo los 31 en que revolucionaste mi vida.


Quédate así y felices no 32.