Drama y nitroglicerina

Drama y nitroglicerina

martes, 22 de abril de 2014


LA MALETA

¿Sabes?


La vi levitar.


La vi moverse como flota la niebla
en esas madrugadas extrañas
en que no sabes si el día se despertará soleado o nublado.


Deambulaba por la habitación
sin un sentido
pero con una ruta organizada
entre cada cajón que iba vaciando.


La vi marcharse muy poco a poco
con el único ruido que hace la ropa al doblarse.


Vi como sacaba de lugares que pasé por alto
todos sus secretos
y todos los míos.


No era capaz de interpretar sus ojos,
tornados hacia un lado,
vacíos de mí.

Y aquella mueca en su boca
que desconcertaba al mismísimo diablo
antes de pactar cualquier trato con ella.


La vi negarme que gritara,
que tuviera la desfachatez de pedirle que no se fuera,
cuando yo llevaba una eternidad de dos años
siendo un complejo vivo en la muerte de lo nuestro.


Todo.


Lo metió todo en una sola maleta de cuero marrón
que en mi maldita vida de 10 años y una herida con ella,
jamás me había fijado que tenía.


Todas mis dudas fueron directas al fondo de la maleta.


Mi cabezonería ilustrada por un ego
con complejo de inferioridad.


Su puta costumbre de hacerme de menos,
cuando necesitaba de más
sentir sus brazos vacíos del resto del mundo.


Sus bragas de encaje
que no encajaban con mis sueños.


Aquel jersey que ella tanto odiaba
pero que tanto me abrigaba en los inviernos
en que ella apagaba la calefacción de sus besos.


Mis no te quiero si te alejas dos cms
de mis silencios más molestos.


Su americana gris de camuflaje
para los días en que yo vestía de negro.


Su manera de decirme que no era nadie
en todo lo que era nuestro.


Los mil pares de medias que siempre se le rompían
si se levantaba antes de las 7
y tenía que empezar a esconder su descontento con la vida
en alguna reunión de un futuro en el que ella no creía.


Mis ganas torpes de siempre quererla
yo más,
yo más rápido,
yo más alto,
yo más nadie que todos los seres humanos
que se habían arrodillado a sus pies.


Mi ropa de deporte que sólo sudaba
cuando tenía miedo de que le hubiera dejado de gustar mi cuerpo,
en algún puerto con barcos de matrícula más nueva y más cara
que el coche que nunca tuve,
porque ella me conducía a mi y a mi vida a todas partes.


Los pañuelos llenos de mis lágrimas y de su saliva,
cuando me escupía que no tenía claro mi papel
en su vida de actores secundarios,
de escenarios sin atrezzo,
de guiones sin palabras.


Toda la ropa de los veranos
en que fuimos infieles a la religión de querernos
y las veces que resté importancia
a sus porqués por inflar mis y cúanto.


Su falta de sintonía con mi yo más amargo
y mi sincronía con la derrota de no saberla hacer otra vez mía.


Todo.


Me dejó los muebles porque no cabían
en aquella maleta,
que juro,
que no se llevó jamás a ningún viaje conmigo.


No tenía ruedas,
aquella jodida maleta era tan vieja que no tenía ruedas
y sólo me quedé mirando como ella cargaba
todo aquel peso
y se alejaba de mi acercándose a la puerta.


Me di la vuelta
justo en el momento exacto
en que su mano giraba el picaporte
igual que había jugado con mis dedos mil veces
cuando aún sonreía al besarme.


Me arrastré a la habitación porque aún olía a ella
y miré por la ventana con miedo a verla marchar
pero no fui lo suficientemente valiente
para aguantar la mirada
y ver su espalda dándome la cara de lo amargo.


Fui girando mi cuerpo por no verla irse
y me fui adaptando a la penumbra
de la niebla que había revuelto con sus pasos.


Y allí estaba ella,
desnuda sobre la cama,
sin sábanas,
sin ropa,
sin dudas,
sin maleta.

Vacía de mi para llenarse de nuevo,
vacía de todo lo malo para construir algo bueno.


Entonces me di cuenta
que aquella maleta
era su manera de hundir nuestros pecados
y empezar de cero.

miércoles, 9 de abril de 2014

PÍDEME QUE TE SIGA PROMETIENDO COSAS

Se metió despacio en su sistema nervioso.
Sólo con activar sus ojos podía llegar al centro de ninguna parte
en aquellos lugares en los que ella se sentía todo.
Se hacía parte de un “él” que le taladraba las dudas y las sonrisas.

Sus conjuntos vacíos llenaban sus tripas de recuerdos,
recuerdos de una historia que fraguaron entre veranos intensos
e inviernos como tiempos muertos
en los que el corazón buscaba la vía láctea de otros abrazos.

Sin darse cuenta, entre desconcertantes silencios
se fueron haciendo el uno del otro y el otro del uno,
en una conjunción que les hacía madurar como seres unidos
por una compleja ecuación de introvertidas variables.

Hicieron de la pasión furia,
de la furia infierno,
y ardieron poco a poco
en un cielo quebrado por el espacio tiempo
y engrandecidos ambos, por los te quieros pactados pero no dichos.

Parco en las palabras que revelan sentimientos,
desnudaba su interior clavando los ojos
en unas piernas que hacían temblar cualquier desconcierto.
Desvelo enfurecido en la recreación de los cuerpos.

Un eterno poema incompleto,
una historia circular,
un ahora no,
pero siempre sí,
un adiós que pierde la a
para rogarle al cielo respuestas discretas
aptas para corazones inertes en tiempos de guerra.

Guerra la vuestra,
de amor sin punto final,
con demasiadas dulces y amargas esperas
que sólo se pueden sobrellevar por esa unión de invisibles cuerdas.