Drama y nitroglicerina

Drama y nitroglicerina

viernes, 1 de noviembre de 2013

Hace un año de aquel “buenos días y dulces sueños”. 
El verso más bonito y... tuyo que jamás  he leído. 

Un año después ya no me quedan hemorragias lingüísticas... 
he tenido muchas y han sido contraproducentes. 

Ya te escribí demasiados (o demasiados pocos) versos, 
pero mal hecho o no,
no me arrepiento de ninguno. 

Tus últimas palabras hablaban de que no te compensaba... 
Y las últimas palabras de mi ego 
eran que jamás me habían girado la cara en un beso, 
que en realidad iba directo a tu frente porque aquello era una clara despedida.

Quizás el problema es que hay atracciones que desesperan 
o desesperaciones que atraen 
y que mi optimismo con tu pesimismo no se llevaban bien.

Se notaba a leguas esa inquietud tuya que delataba lo que pensabas...

Pensabas que yo era una complicación que no te merecía la pena. 
La mínima o máxima atracción no suponía una fortaleza.

Tu credo hablaba de mi
como alguien que te quitaría más aire que dártelo.
No veías mis pulmones llenos de aire,
ni las botellas de oxígeno a mi espalda.

Eso te pasaba porque siempre me hablabas subida a una muralla 
y con una piedra en la mano por si acaso me la tenías que tirar. 
En esos momentos yo intentaba protegerme y escondía a mi yo altruista. 

Que parece positivo eso de ser altruista pero en el fondo...
es un gran castigo.

Derramé sinceridad contigo hasta el punto en el que no podía serlo más 
porque era dejar al aire mis sentimientos. 
No los voy a negar nunca, 
pero agradezco que jamás me los preguntarás. 

A pesar de ello, 
yo quería quedarme ahí, 
de alguna forma 
y con la distancia que fuera necesaria 
para un buen acuerdo de funcionamiento. 

Cuando te ofrecía mi amistad lo hacía con el corazón en la mano 
y con todo el conocimiento de causa que eso conllevaba. 

En esos momentos no aspiraba a más
y podría haber seguido así el resto de mi vida 
porque mis arterias palpitaban buscando otro pecho más seguro.

Dándole una lección a mi sentido común, 
explicándole que no era tan sentido ni tan común, 
me empujaste fuera de ese cuadrado verde de amistad que te había dibujado 
y me pusiste al borde de la piscina. 

Con un solo dedo hiciste presión hacia delante y caí. 
Y justo cuando estaba cayendo, me gritaste desde arriba 
que habías quitado el tapón 
y no había agua con un “nuestra relación acaba aquí”. 

En ese momento sentí en la misma proporción 
presión y alivio 
y no conté con que habías quitado el agua porque en el fondo era mejor…
porque yo no sé nadar.

Que negar lo evidente es de tontos.

Que decir que no te echo de menos sería una gran mentira.

Que una palabra tuya bastaría para sanarme es una verdad tan irrefutable 
como que tú no lo debes hacer. 

Que te olvidaste de mi en segundos cuando yo tardaré meses.

Que yo no era soga que yo era campo abierto.

Que tenías en mi un apoyo y no un muro de hostilidades.

Que todo esto es tan cierto como el simple hecho de que...

sólo hay un 2 de noviembre cada año 
y que tu y yo no fuimos capaces de ser:

ni una amistad,
ni un amor,
ni un cariño,
ni dos buenos conocidos,

ni siquiera supimos ser dos buenos extraños.

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