Drama y nitroglicerina

Drama y nitroglicerina

lunes, 28 de octubre de 2013

LA DECADENCIA DE MI SENTIDO COMÚN

Quémame.
Mátame.
Resucita mis sentidos.
Destrózame la piel.

Dame arte hasta hartarte de mi.
Convierte el principio del fin
en el fin del principio.

No dejes que me pierda del camino,
llévame camino a la perdición.

No creas que siempre la causa
condiciona el efecto,
a veces es el efecto
el que modifica la causa. 

(Nada me lleva a dar un beso,
es un beso el que me demuestra
lo que realmente quiero).

Cámbiame mil palabras
por una mirada.
Concédeme mil silencios
a cambio de una sonrisa.

No me des la espalda
si no es para que la bese,
gírate y mírame de nuevo.

Intúyeme.
Muérdeme.
Dame mil rodeos.
Revienta mis besos contra la pared.

Si me intuyes
y sabes cómo buscarme las vueltas,
hazlo.
Me gusta que TÚ me preveas.
Denotas la decadencia de mi sentido común.

Párame los pies
a una distancia mínima de tu boca.
Descúbreme,
aún sólo conoces de mi una milésima parte.

No te juzgo,
te admiro
(Venero la línea recta
de tu boca a tus pies).

Amanece conmigo esta noche
y déjame que escriba con mis ojos
cada verso en tu espalda.

Respírame.
Escandalízame.
Aléjame.
Recórreme.

Arráncame las vendas de otras heridas. 
Pretendo que seas en la misma proporción
cicatriz y puntos de sutura.

Déjame ahogarme una noche más
en el olor de tu piel.
Tabaco, CK, sexo y saliva.

No me reproches que te bese
con los ojos abiertos
si tú haces lo mismo.

No llores
porque el daño ya esta hecho.
Súbete de nuevo a mi cintura,
acompasa el ritmo
de tu corazón al mío. 

No somos nadie
pero esta noche somos todo.
Ámame, ódiame, bésame y aráñame,
todo en el mismo polvo.

Cánsame.
Tírame.
Cógeme.
Recuérdame.

Tú.
Yo.
Lo que nunca seremos.

domingo, 27 de octubre de 2013

DERECHOS DE AUTOR

Descansará sobre tu balda un libro
cuando te ceda todos los derechos de autor
de los versos que jamás te escribiré.

viernes, 25 de octubre de 2013

LA CARA B DE UN POEMA

He intentado ser cordial, 
distante.
alejarme.

He intentado no ponerle ni sangre ni pasión a un poema.
Y lo he logrado.
Lo he leído y me he asustado al ver que no era el reflejo de mi.

He rozado la corrección.
He hecho de mi poesía 
burocracia. 

Desapego efusivo.

Hasta que me he dado cuenta que me mordía
el labio
y las ganas.

Entonces, he dejado la corriente abierta.
Me he inducido a la plena libertad de expresión
y he escrito la cara B de un poema.

No hay poesía si no sabe a saliva,
si no roza a ritmo de beso,
si no te revuelve las entrañas 
para demostrarte que estas viva.

Y a ti, 
mi cara A 
te había escrito un poema
con más valor en papel que en contenido.


Analizando las circunstancias
parecía una disciplina necesaria
la de narrar un poema de inicios descontextualizados.

Pero narrar, no se narran versos.
Los versos, como siempre digo, se sangran.

Y ahora que el reloj marca la 2 A.M.
que me parece casi un pecado no pecar en cada estrofa,
sostén en tu mano la cara B de este poema
porque esta noche voy a pedirte que bailes conmigo.

Sigue así, 
paseándote cada mañana por mi primer pensamiento,
de los últimos y de los próximos días que nos quedan para conocernos.

Pero así,
con el arco perfecto de una espalda 
en el rincón onírico de besarla sin pretensiones fallidas.

Así,
con una sonrisa magistral
pero que revele la apetencia 
de un paseo de mis labios por ella.

De alguna manera así,
limpiando con la intriga de lo nuevo
las hojas secas de historias precedentes que ajaron los deseos.

Poder hacerlo así,
desabrochando las vendas que me atan los brazos al pecho,
dejándome hacer naipes con castillos,
permitiéndome besar una frente que tapada calla más que habla.

Y así,
construyéndote en una narcosis 
a tu propia imagen y tu propia semejanza.

Queriéndote hacer perfecta,
sentir perfecta,
denotar perfecta.

Y que con cada uno de tus defectos 
me inculques
el cenit de ese placentero dolor 
que se siente entre la curiosidad previa y lo que nunca seremos.

Pero sigue, 
sigue así,
desbroza las malas hierbas que oxidan mi capacidad de conquista.

Déjame recuperar esa avidez que me caracteriza
cuando las palmas de mis manos se calcinan
por someter a estrés mis mandíbulas que no llegan a morder
suave y lento
tu cuello.

Sin más, pero así,
esbózame el camino de la cultura a tu boca, 
de tu boca a tu pecho
y haz que termine el trayecto a los pies de tus instintos más inconfesables.


Así,
pero sin perder las ganas,
sin olvidar que el destino no pasa por algo, 
pasa por alguien.

Agárrate a mi cintura aunque lo hagas en la fase REM de mis desvelos.

Quédate así, 
como el primer día que descubrimos que leíamos a los mismos poetas.

Léeme así,
pero no leas mis versos,
lee mis labios que desprenden el calor que se adelanta a la rutina.

Y no, no caigas en ella, 
cae sobre mi pecho
y ya después decidimos si ser cordiales o no.

martes, 22 de octubre de 2013

NO OIGO TU CORAZÓN

Aquella mañana parecía exactamente igual que todas. Y es que Mateo no contaba ese día con un elemento perturbador de su rutina.
6:30 A.M. Suena la alarma y se pone en marcha toda la maquinaría. Mateo sale a correr con sus zapatillas impolutas, regresa, se ducha y se viste, sale a la calle y llega al bar a las 7:35. 

Entra por la puerta y siente una sacudida espasmódica al ver al fondo, en penumbra, la silueta de una persona ligeramente agazapada en una mesa. Él sabe que no es María porque María está sonriente al principio de la barra dándole los buenos días y ya sirviendo su café. La sonrisa horizontal de Mateo se vuelve una mueca nerviosa y sus oídos se empiezan a acartonar al ritmo de la canción que suena. Y es que a esas horas María no pone la radio, prefiere oír las canciones que le imprimen su pasado en su presente. Es su forma de que no se le escape ningún recuerdo.

Suena: “¡fado! porque me falta tu boca, ¡fado! porque me faltan tus ojos”.

Mateo se va acostumbrando con miedo a la penumbra del silencio y relaja sus oídos y su pecho a la espera de una bocanada de sentimientos desde el fondo del bar. Pero no escucha nada, no siente nada. Es extraño, cuenta mentalmente los metros que puede haber hasta la mesa del fondo y no calcula más de 4, ahora mismo debería estar atronado por algún tipo de pasión.

María hace que Mateo salte fuera de sus cavilaciones con una pregunta cotidiana.

- ¿Llueve mucho fuera? Tengo que salir un momento al almacén.
- Un poco, lleva un paraguas.
- Paraguas… No me gustan los paraguas, la gente no sabe llevarlos… Salgo un momento, si entra alguien al  bar, asómate anda, y me das una voz.

Mateo sabe perfectamente que a esa hora no entrará nadie, así que decide volver a relajar sus oídos y su pecho y esta vez intenta escuchar. Nada. Una nada en penumbra, y sin entender el porqué, Mateo se ve arrastrado por una curiosidad irracional que lo acerca poco a poco hasta la mesa del fondo. La mujer sin latidos levanta la vista, lo mira y entonces Mateo, sin saber cómo ni por qué pronuncia cuatro palabras.

- No oigo tu corazón.

En el silencio inmediatamente posterior ella sonríe y piensa “no hay nada que me guste más que un loco improvisando una declaración de amor”. Mateo mientras se pregunta por qué narices ha dicho eso. Eran sus cuerdas vocales, era su lengua, sus dientes, sus labios, quizás su alter ego, pero no era él el que proyectaba esas palabras hacia fuera. Ella sonríe y un segundo más tarde Mateo se enamora de nuevo. Con la diferencia de que es la primera vez que sólo siente lo que ha de sentir él. No hay más latidos, no hay más pasiones, ni más odios o desprecios, es sólo él y su corazón.

La belleza de su leve risa, de sus labios señalando al cielo y del silencio de sus latidos embauca a Mateo de tal forma que se queda clavado en el suelo mirándola. Su mano se acerca hasta el cuello y se afloja la corbata, siente su propio sudor empapando su espalda y como sus rizos van perdiendo consonancia. La escucha hablar por vez primera, jamás olvidará el sonido de su voz.

- Buenos días, ¿esa es tu forma de abordar a desconocidas a primera hora de la mañana?

Mateo está mudo, no es capaz de articular palabra y en cada milésima de segundo un músculo de su cuerpo se convierte en piedra. Le pesa aquel momento más que su propio secreto.

- ¿No vas a contestar? 

Silencio.

- Bien, entonces me marcharé por si acaso eres un loco que oye voces, bueno… corazones en tu caso.

Mateo sigue con la mirada cada movimiento de la curva de sus labios y en un alarde de raciocinio consigue articular palabra. Eso sí, por su boca sale amontonado el discurso más absurdo que se le podía ocurrir.

- Perdona, te he confundido con alguien.

Ella rompe la penumbra con una carcajada y Mateo se enamora un poco más. Mira hacia la mesa, no ve la superficie, está cubierta por un bolso de cuero marrón desgastado, varios cuadernos y un libro con las páginas amarillentas por el paso del tiempo. El sentido del olfato de Mateo se rompe en mil pedazos y siente el aroma de la tinta mezclado con el olor de su piel, su ropa y su pelo.

Inmóvil, paralizado, sin sangre en sus venas que pueda bombear su corazón y con su cerebro completamente desconectado del mundo real, Mateo se siente como un niño escuálido en katiuskas, completamente vulnerable.
Ella mira hacia su muñeca, lleva un reloj que parece sacado de otro momento histórico. Comienza a recoger papeles y libros. Cuando termina lo mira y su sonrisa se clava en mitad de la válvula mitral del corazón de Mateo.

- Me tengo que ir. Espero que tengas suerte escuchando latidos. Hasta pronto.

Mateo piensa muy lentamente, tiene que decir algo y de nuevo se siente ridículo al pronunciar:

- Podría explicártelo, hoy u otro día.

- Otro día. Hoy me pueden las prisas.

Mateo especula con qué decir pero sólo se dice así mismo “hoy me puedes tú”.

Puede que ella saliera por la puerta o que simplemente se esfumase, pero él no recuerda ese momento, sólo sabe que se fue.

Son las 8:05. Es la primera vez que Mateo llega tarde a su trabajo.

La respiración de Mateo comienza a ser normal, aún no se ha dado cuenta de la hora que es, en realidad no se da cuenta hasta que está sentado en su mesa 10 minutos más tarde. Sus músculos se reactivan y sus oídos se desacartonan al escuchar de nuevo la nostalgia de María al fondo del bar mientras se queja de la lluvia.

Mira hacia la mesa donde hace un momento estaba sentada la mujer sin latidos y entre la penumbra y dos sillas ve que hay un bulto que se ha caído, se agacha y ve que es el bolso de cuero marrón que minutos antes estaba sobre la mesa. Mateo lo coge, se da media vuelta y sale por la puerta mientras María le reprende:

- ¡Pero si no has tomado el café!

No la escucha. Sólo oye el bullicio del tráfico de coches y corazones. Camina deprisa bajo la lluvia hacia el trabajo. Sube las escaleras con sus rizos y su traje empapados y se sienta en su mesa. Mira el reloj, son las 8:15.

- ¿Qué me está pasando? Susurra.

lunes, 21 de octubre de 2013

AHORA SÍ


Ahora sí.
Ahora ya puedo escribirte un poema,
y es que la voz es esencial
para los ojos que quieren ver.

Limpio mi pluma con alcohol,
es la manera de conseguir un trazo limpio
y que la tinta no se quede atascada entre la garganta y los dedos.

Cuando escribo,
lo suelo hacer con las manos llenas de heridas de errores previos.
Y escuece el alma a la misma velocidad que la piel.
Aunque hoy, este alcohol se siente diferente,
cicatriza pero no quema.

Con cada línea que escribo,
no sé si gano o pierdo esta apuesta
y es que adivinar ese poema es tomarme demasiada libertad,
cuando creo además que quiero dejarte que ganes.

Si me pusiera a hablar del tiempo,
diría que ha sido poco.
Podría incluso lamentarme con frases hechas…

Un cruce de caminos infinitamente más previo,
descaradamente más premeditado,
más organizado,
más nuestro,
aunque ni tuyo ni mío.

Pero tiempo
precisamente,
no nos sobra.
Aunque no creo que tampoco nos falte.

Si esa variable hubiera estado a mi favor
podría haber hecho algo más que escribir.

Podría haber propuesto un punto equidistante,
podría haber incluso confesado mil defectos
y haber vendido mil virtudes.

Podría haber clavado rodilla en tierra de optimismo
aunque haya oportunidades que pasan por encima
sin apreciar
que hay alturas que se igualan con palabras.

Coincidencias,
casualidades,
destinos.

Son palabras de alta volatilidad
cuando lo único importante es que hay miradas que imprimen paz
y sonrisas
que aunque paralizadas en el instante de una foto,
transmiten los impulsos eléctricos de una personalidad
a 348 kms. de distancia.

Y siento hoy la falta de tu presencia
como una obligación de cruzar de ti a mi a conocernos
por un arcén
en vez de por un camino.

Una forma de amarrar las ganas de profundizar
porque hay refugios que se construyen al aire
y no se puede buscar el norte al sur de futuras despedidas.

Quizás sin haberla tenido,
hayamos perdido la oportunidad de saber
si éramos idiosincrasias paralelas,
o puede que perpendiculares,
pero de alguna manera
geométricamente no excluyentes.

Ahora sí.
Sin despedirme,
porque las despedidas son contratos por romper,

buen viaje y trae de vuelta América en la maleta.
Y entonces,
continuamos de nuevo.

domingo, 13 de octubre de 2013

LA GENERACIÓN QUE MÁS SUPO DE ECONOMÍA 

Nos enseñaron eso de que la economía 
es la gestión de unos recursos escasos 
para unas necesidades ilimitadas.

Ilimitada la voracidad con la que nos lanzaron a una sociedad 
que más que necesitar, 
fagocitaba la escasez de escrúpulos para alcanzar lo ajeno 
y hacer del prójimo un ser escaso de bienes, necesidades y deseos.

Nos trazaron las líneas de los ciclos económicos, 
curvas de oferta y de demanda. 
Nos mostraron la historia repetitiva del que pierde y gana, 
del triunfador ahorcado en grandes depresiones. 

Y aún así, 
nos lanzaron a la calle haciéndonos creer vencedores.

Nos llamaron perfil alto de inversor experimentado. 
Nos juraron que Basilea escribiría los 10 mandamientos 
y castigaría los pecados de los excesos ocultos.

Nos hablaron de transparencia tras velos opacos 
y leyendo a Kenneth Galbraith, 
nos creímos que habíamos aprendido de los errores 
de aquellos hombres de negro, 
de papel y tinta y sin pantallas.

Que el dinero podía ser sin existir, 
que Keynes no era de fiar 
y que la teoría del bienestar paralizaría el crecimiento ilimitado.

Nos intentaron convencer de que Krugman 
era un depravado del intervencionismo, 
que los mercados eran perfectos, 
que una mano invisible lo corregía todo 
y que existía el milagro de una economía del aquí y el ahora 
sustentada en tecnologías de la información.

Nos empujaron al auge 
cuando más libros se escribían sobre el triunfo del libre mercado 
y del cómo hacerse rico en bolsa.

Queríamos aprender de dioses llamados Soros 
y Stiglitz, por aquel entonces, 
era la piedra en el zapato de algún que otro capitalista ilustrado.

Éramos reyes. 
Habíamos estudiado las fusiones y adquisiciones más famosas de la historia. 
Nos hacían creer en el análisis técnico 
y jurábamos sobre la Biblia de los ratios y sus fundamentos.

Y nada más llegar a la calle sufrimos el despertar de un sueño, 
entonces sí que fuimos la generación que más supo de economía. 

Aprendimos solos lo que era la estanflación. 
Que la prima de riesgo era la odiosa comparación 
entre la vieja Europa con la Europa del sol y el viento.

Que ya no sobrepasan los hombres de negro 
los alféizares de las ventanas, 
que son madres de blanco 
la mayoría de las veces desahuciadas.

Nos escupieron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, 
cuando había que tirar a la basura sobres nominativos 
con algo que ellos llamaban créditos preconcedidos.

Les gritamos a la cara que no nos engañaran, 
que el Producto Interior Bruto no podía crecer 
con tasas de paro desorbitadas. 
Que las políticas restrictivas eran para tiempos de bonanza 
y que constreñir el gastos era la excusa para ahorcar lo poco que quedaba.

Les miramos a los ojos y con seguridad
les explicamos que sabíamos lo que era la devaluación fiscal 
y que lo que ellos hacían era un juego perverso 
ahogando con impuestos cualquier tipo de crecimiento.

Vimos el futuro pasar, 
y pasado fue el término acuñado como pobre mileurista, 
cuando la generación que más supo de economía 
se tuvo que dar con un canto en los dientes por un trabajo precario.

Y ahora que ya no nos engañan, 
que no nos convencieron sobre inversión en preferentes
porque éramos idealistas pero sin dinero. 
Ahora que agarramos la rentabilidad por los cuernos 
porque sabemos que nos desangrará el riesgo. 

Ahora sí, somos la generación que más supo de economía 
y que menos supo predecir el futuro.

jueves, 3 de octubre de 2013

GUERRERA

Yo he visto sus rizos al aire,
perfecta bandera de la monarquía de su personalidad.
Libertad incendiaria,
cárcel de sus propios miedos.

Yo he visto sus ojos,
y los he mirado para ver más allá.
Los he visto reír como se ríe al mundo
pero los he visto sonreír, como se sonríe a la vida.

Yo he visto sus lágrimas,
Las de la cara vista y las de la cara oculta.
Y entre grandes derrotas,
la he visto construir robustas fortalezas con balconcillos de lágrimas.

Yo he visto su sentido común.
Me ha enseñado a darle una vuelta a la vida.
y ha convertido mis gabinetes de crisis
en victorias aseguradas en esas guerras entre mi corazón y mi garganta.

Yo he visto su prudencia.
Para mi es batalla, la miro y es victoria.
A veces la imagino con un casco de guerra metida en una trinchera.
Valiente teniente coronel que planifica la defensa
y que jamás se aventura al ataque.

Yo he visto su sensibilidad,
sensibilidad que es arma
y que ella usa como escudo.

Yo he visto donde creo que pocos han visto.
Ha desnudado sus sentimientos
para darme mil lecciones de vida.

Yo he visto el orgullo que siento por ella,
y he aprendido a llenar mi pecho de su aire guerrero.
Me siento más fuerte con su amistad a mi lado
y quiero que siga enseñándome a escribir mi vida con pluma de victoria.

Yo he visto su sonrisa,
y puedo asegurar que es insignia y es estandarte
del ejército de la vida,
del ejército de mi risa,
del ejército de sus sentimientos.


Ella es mi guerrera favorita.